Aquí estamos
Vuelvo a la sede de MRA el domingo 13 de noviembre. Es el día de la primera marcha con Donald Trump electo. En la puerta se amontonan jóvenes, señores con bastón, padres con cochecitos. Los líderes, que visten camisetas celestes, reparten pins de MRA y bolsas de nylon con agua, fruta y golosinas, y arman afuera grupos de sesenta.
La sede está en la avenida Roosevelt, en Elmhurst, donde la vereda se ha vuelto un shopping improvisado a cielo abierto. A los locales de siempre, como los comedores con los antojitos mexicanos, los fashion shops con jeans levanta cola, las botánicas con santos y amuletos, se suman verdulerías montadas al paso con cajas de cartón, tablones que sostienen a la Virgen de Guadalupe y al Papa Francisco y mantas sembradas de aretes y pulseras. Entremedio, están los "gritones" de los tres pares de medias por diez pesos, del corte para dama y caballero, del venga, venga –así: en español – que resuenan por encima del reggaetón y las corridas para las familias que van y vienen sin cesar.
Atraviesan todo eso, los líderes con sus grupos, gritando: "Trump, escucha, estamos en la lucha". La gente abre el paso, saluda, frunce el ceño, sonríe. Van a la estación del tren que los lleva a Manhattan, a las puertas del hotel del republicano.
Entre los líderes hay un hombre de 50 años, con bastón. Tiene un número escrito con lapicera sobre su brazo: un teléfono de emergencia ante una posible detención. Llegó desde México cruzando la frontera, se casó y formó su familia. "Llevo treinta años trabajando acá, pagando mis impuestos, cumplo con lo que me corresponde. No veo por qué no puedo vivir en paz, por qué me tengo que vivir escondiendo", se lamenta.
En Columbus Circle, los grupos de MRA se unen a otros de Law Immigrant Rights Project, de Dreamers y más organizaciones. Forman un grupo compacto que, cercados por las vallas y los uniformados de la Policía de Nueva York, corean a Trump, a las puertas de su hotel en la vereda del frente: "Aquí estamos y no nos vamos. Y si nos echan, nos regresamos".
Llegan más manifestantes con más carteles, en inglés y español. Dicen que no son uno, que no son diez, que son millones, que hay que contarlos bien. Dicen que son estudiantes, que son trabajadores, que no se van. Dicen también que quisieron enterrarnos; no sabían que éramos semilla.
Se suman también protestantes de otras comunidades. Entre ellos hay una mujer de rasgos asiáticos que lleva velo, vestido negro y lentes de sol. Se llama Hesu, es de Brooklyn. "Estoy aquí por patriotismo"- explica con orgullo. Agrega: "El pueblo no debe apoyar a un líder que ha realizado acciones y dicho palabras que son racistas y sexistas, que no apoya lo que por ley representa al país".
En la tarde, la marcha es una densa columna que avanza con extremo control policial hacia la Quinta Avenida. Al frente, agitando una banderita americana con energía marcha la ecuatoriana Marta Gualotuna. "Tenemos miedo, no estamos tranquilos, pero no debemos dejarnos amedrentar, no nos pueden tronchar los sueños". El suyo es ver a su hijo. "Tuve que dejar mi país y quedó allá mi bebé. Ahora tiene 22 años".
Marta no va a abandonar su puesto. Irá junto a miles de personas hasta la Torre Trump. Desde alguna ventana él tal vez la vea, tal vez no. No importa, el mensaje ya está claro. La lucha arrancó.